Amenizado con la música del momento, el crepitar del fuego y las charlas de los grupos de chicos y chicas residentes en la Mota y en el Chalé Azul empesaban a dar calidez a una noche de hermandad.
Nos pusimos hasta arriba de comida. No nos cabía más. Enrique Olmeda -Ayudado por Teo- dirigió con maestría el fuego y el entrar y salir de chuletas. Todo estaba en su sitio.
Nuestra Presidenta y D. Juan, esta vez en la retaguardia, observaban desde lejos hasta que se tocó a rancho y todos tomamos asiento. Mariangeles y Maite, Sonia y Elena y las cuidadoras y demás personal de los centros ayudaron d elo lindo para que todo estuviera perfecto.
Al final, como es de rigor, la música nos levantó del asiento al son de pasadobles y merengue.
Y se acabó. Así que como en las fallas: empezamos a pensar en la próxima.
